miércoles, 18 de enero de 2012

IMAGINARIO URBANO

ESTE ES UN HOMENAJE A MI CIUDAD : LIMA
EL DIA QUE SE RECUERDA UN AÑO MAS DE SU FUNDACION.



Una ciudad, parece banal decirlo,
tiene de casas y tiene de gentes;
aunque no menos inútil es repetir
que contiene hasta el hartazgo
porciones y raciones
de inconmensurable estupidez.


En ella
el alma redonda anida el cuerpo cuadrado,


En ella
la tierra se amolda a los sueños.
estalla, irrumpe,
crece en desorden,
desbordando el sentido común,
e insurge,
insuflada de soberbia,
hasta la altura cercana de las utopías.


Una ciudad se envuelve de signos
para recoger en su bullicio la esperanza,
tiene cerros, tiene mar, tiene lagos o tiene ríos
o acaso tiene todo ese paisaje reunido,
ignoto bajo los pies de los niños,
perdido en la nostalgia de los viejos,
olvidado para el ave que ya no migra más.


Una ciudad se funda sobre anhelos,
líneas exactas y trazos al azahar,
tiene la distancia precisa que los pies caminan
y el color que el alma de sus gentes da.


Hay ciudades que tienen muchas ciudades
en una misma ciudad,
donde las casas se miran sin reconocerse
y los hombres deambulan con ligereza
entre la desconfianza y el desenfreno,
guardándose el saludo en el pulmón.


La ciudad...


¡Cuánta insensatez hay en la ciudad!,
unos queriendo ser su dueño
y otros queriendo huir de ella,
y en el medio la gente.


- o -


Hoy que miro mi ciudad rehago mi memoria
y me siento en sus bordes a ver pasar los recuerdos
aún no vividos o aún por vivir.


Y aunque no hayamos nacido en una ciudad,
llegar a ella es un renacer súbito.


Pues, cada ciudad tiene esa magia de las criaturas,
en las que todas las células reunidas
crean ese milagro del universo que es la vida,
e inevitablemente, engendran su propia destrucción.


No hay ciudad sin plaza, sin calles, sin casa
y sin gente deambulando sobre sus pies,
o sobre la velocidad de las ruedas.


No hay ciudad en que al anochecer
no deslumbre la risa de una chispa de luz
y los hombres no se reúnan en torno a un fuego
o a una mesa generosa para vaciar el alma
y llenar el cuerpo en un ritual que también es de amor.


No hay ciudad que haya dejado de ser pueblo,
si no ha conocido antes a los hijos de los hijos
de los hijos de los padres, que vieron al final
de la primera jornada, la primera puesta de sol.


Y sin embargo, para vivir del pasado,
toda ciudad puede exigir veneración a su historia,
aunque siempre habrá de las menos venerables,
donde vivir sin turistas asegura el mismo color,


Mi ciudad es vasta como el mar que lame sus límites,
pero es reducida en sus sueños y esperanzas,
achatados por un cielo pesado que la cubre de gris,
abigarrados entre paredes tristes y solitarias
resquebrajadas y sometidas por la ambición.


No es una ciudad, son muchas ciudades en una;
y sin embargo seguimos creyendo en su unidad.


- o -


La plaza encuadra en mi ciudad su historia,
avecindando a curas, políticos, militares
y convidados de piedra.


En mi plaza no pasea el pueblo, viene a protestar;
la recorren, eso sí, espíritus de cuatro siglos y medio
que deambulan por sus cuatro esquinas
con velada y triste resignación,
silenciosos, rengos, aturdidos, miserables.


- o -


Las calles nacen en cada búsqueda de un número
y mueren en el temor de los transeúntes,
donde las veredas no llevan a ningún lado
y nadie ya se acuerda de su nombre.


Las calles son la senda por donde apura su paso
el bullicio de la ciudad,
y por donde recoge sus huellas la memoria colectiva;
son canales por donde discurren
ríos sucesivos de orina
y transita una larga procesión de gente infeliz.


- o -


Las casas son refugios para el ocio y el amor,
tu cerro particular, mi territorio excluido.


Recreación privada de cavidades en la montaña,
que divide a los hombres en pequeños dominios.
estúpido y lúdico afán de vestir la vida,
bastión de la familia: su cueva, su choza, su castillo,
su iglesia, su edificio, su mausoleo, su hogar.


Las casas son un pequeño reino,
un pequeño Estado,
un pequeño país, un territorio liberado de la ciudad,
donde repite el hombre
la opresión de todos los hombres,
y donde la mujer ha encontrado reclusión.


Tu casa es mi casa, pero mi casa no es para ti.


Yo se de casas famosas y casas sin porvenir,
de casas que se arrebatan a la tierra
y casas que barren y sirven treinta pobres diablos;
casas que cuelgan en el borde de los infiernos
y casas que pueblan arcángeles pisa indios.


Yo se de casas, porque fabrico diariamente ilusiones,
y se que ellas pueblan la tierra de manera desigual.


Aunque nos cuenten el cuento de la "Aldea Global"
o de la "globalización".


- o -


Las ruedas son una marca de distinción
como un caballo o un título de nobleza,
como un celular que silba monocorde
en el último asiento de un microbús,
como el color de la piel o el tamaño del pene.


Inventadas para recorrer la vida con rapidez,
ellas giran felices las calles de la ciudad
atropellando gente, perros, ratas,
chocándose entre sí.


Las ruedas han reducido el tamaño de nuestros sueños
y han extendido los límites de mi ciudad.


- o -


Pero se hizo la luz para prolongar nuestras vidas
y colocar bolsas de ansiedad bajo los ojos.


Y porque amo la noche cuando es bulliciosa e irreverente,
no puedo menospreciar el resplandor de la luz eléctrica.


Sólo decir, de tan banal estropicio de la soledad, que
sin ella jamás habría tenido tan fulgurante juventud
y tanta hoja en blanco que borronear.


- o -


En mi ciudad la gente es apenas reflejo de pálido cristal
coloreada superficialmente por un collage alucinado,
de hombres enfrentados en una cópula bestial.


Gente parida en la incertidumbre
de un pan bajo el brazo,
que se divide en ricos y pobres,
como dios y el hombre
se dividen la "fortuna"
de habitar el mismo universo.


Gente que alguna vez pudo ser y hoy no lo es más,
gente que cambió la memoria colectiva
por el álbum familiar digitalizado.


Gente que ha fundado ciudades
en medio de la esperanza
y que espera con resignación: un meteorito, una bomba,
un terremoto, una revolución, un marciano raptador,
un billete de cien caído en medio de la calle,
o sencillamente, una virgen llorona que le muestre
el camino de la salvación.


Y yo, que quiero ser eterno,
para qué quiero la eternidad
si la he descubierto revolviéndose en mi ciudad.


El paraíso, el purgatorio y el mismísimo infierno
aquí reunidos para quien los quiera disfrutar.

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